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Conocí al simulador cuando tenía 5 años…
Se trataba de una persona cordial y atenta, amable y con una semi-sonrisa eterna en los labios. Llamaba a la apertura. No podías dejar de confiarle tus secretos, tu vida, tu historia misma.
Siempre con una mano extendida para ayudar; deferente con todo el mundo. No dejaba de sorprender una persona que jamás estaba de mal humor y solo inspiraba confianza. Jamás negaba nada, cualquier cosa que se le pidiera, accedía.
Hasta que un día comprobé que no era tal. ¡OH! Sorpresa la mía…
No fui testigo del crimen, pero sí de su ocultamiento.
Hacía unos días que estaba extraño, no se manejaba como de costumbre sino que se lo veía taciturno, hosco. Cosa realmente rara en él. Pero empezaba a desenmascararse. Obviamente para que el simulador demostrara su verdadera personalidad, sucedería algo grave. Cosa que luego supimos todos, pero que nunca hubiésemos sido capaces de imaginar. No de él.
Pero yo, desde mi ingenuidad, seguía confiando.
Hasta que lo vi…
Lo vi enterrando en el patio de su casa el cadáver. Espectáculo espantoso, si los hay, para un niño. Me quedé muda. No quería gritar porque sabía que lo alertaría, y eso era peligroso.
Asique tomé la decisión mas sensata que pude tomar en ese momento. Y de esa forma todos descubrieron la verdad. Ya nunca volví a confiar en un niño de 5 años, se les da por enterrar todo en alguna parte de la casa y en este caso era la tortuga, a la que había querido enseñarle a volar.
Por supuesto avisé a los padres que lo “’cascaron’ como corresponde”: “¡Joaquín! ¡Dejá a esa tortuga que descanse en paz! ¡Nene mal criado!”
Me pareció absurdo que le dijeran mal criado a quien ellos mismos estaban criando. Pero quién soy yo para discutir los métodos paternos.
Yo por mi parte me fui silbando bajito. Y Joaquín me odió para siempre…
Au revoir!
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... no sea que las pisoteen...
Hace 3 semanas.
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